24 de marzo de 2012

Paraboloides perdidos, paraboloides que están

En la refinería que actualmente ocupa la petrolera Petrobrás en la zona de Loma Paraguaya, en Bahía Blanca, se construyó, en una fecha a dilucidar, un conjunto de obras en el acceso a la planta, todas resueltas utilizando estructuras de hormigón armado del tipo paraboloide hiperbólico. El diseño --de la autoría del ingeniero Norberto Tombesi-- evoca las formas creadas por el arquitecto Félix Candela y resolvían (una de ellas fue demolida) el sector asignado a la vigilancia y la cubierta del área de estacionamiento. También pueden advertirse una particular resolución de la cubierta sobre un edificio que da sobre la avenida Colón.

Los "paraguas" en la zona de estacionamiento de la refinería Petrobrás (Ex Isaura), en Bahía Blanca
Los "paraguas" que pueden verse alineados y con distintas alturas en la zona de estacionamiento de Petrobrás evocan acaso la obra emblemática de Candela, la cual incluso fue adoptada en 2000 por el arquitecto inglés Norman Foster paras resolver la nueva imagen de la firma Repsol en España, recurriendo a materiales plásticos y de colores.

El primer paraguas de Candela, el hormigón de espesor mínimo trabajando a través de su forma.
Los diseños de Norman Foster para Repsol en España. Una reinterpretación de los paraguas de Candela, con otros materiales y el agregado del color.

Acerca de la construcción demolida, una verdadera obra de arte, guardaba similitud con la Capilla de Palmira, en Cuernavaca, construida en 1959, y el mítico Restaurante los Manantiales (Xochimolco). obras icónica de Candela en Méjico, su país de residencia.

La maravillosa propuesta DEMOLIDA en la planta de Petrobrás. Una obra de arte en el uso de membranas de hormigón armado (Foto gentileza ingeniero Gustavo Vigil Mendoza).
Capilla de Palmira, Félix Candela, 1959
Restaurante, Félix Candela, 1959

Descubrir la obra de Bahía Blanca no deja de ser gratificante y revelador de una técnica que fue dominada por muchos de los ingenieros formados en la Universidad Nacional del Sur. No están catalogados como bienes patrimoniales ni protegidos contra una eventual decisión de alguien que decida demolerlos de la noche a la mañana. Quizás sea tiempo de prestarle mayor atención.


Arreglo y Monumento

Los daños sufridos en uno de los galpones del ex Mercado Victoria en Bahía Blanca han tenido, en principio, un efecto positivo: las más altas autoridades de la Comisión Nacional de Monumentos Históricos han visitado la ciudad con la idea de formalizar la declaratoria de ese bien como Monumento Histórico, el máximo rango que distingue esa entidad. Por otra parte, los especialistas prepararán una memoria técnica para que la reparación de los muros sea realizada de la mejor manera posible. Junto con el Mercado serían también protegidos los edificios del Barrio Inglés, la ex usina de Brickman y Donado y el puente Colón. Todo este conjunto ferroviario --que fuera propiedad del ferrocarril Buenos Aires al Pacífico (seccional Bahía Blanca al Noroeste)-- se convertirá así en el primero en el país en obtener tal reconocimiento.

Profesionales locales y de la nación tratan de entender la inexplicable rotura que sufrieron las centenarias paredes ladrilleras del Mercado.

2 de marzo de 2012

Librería Pampa Mar

“Todos los lectores de Buenos Aires le debemos algo y acaso mucho.”

Jorge Luis Borges sobre Luis Alfonso, fundador de la librería La Ciudad

Pampa Mar ocupaba la planta baja del edificio de calle Alsina al 200, en Bahía Blanca
No contaría yo con años que me habilitaran a la inexperta consumación del amor cuando conocí, en una calle módicamente populosa de una ciudad de provincias, a Carlos Viglizzo. Yo me había iniciado en el hedónico hábito de la lectura y ansiaba poseer, como casi cualquier ávido aprendiz, la totalidad de los volúmenes del orbe. La librería Pampa Mar era, para los que buscábamos, rivalizando silenciosamente entre sí, el mediato contacto con todo autor que se nos antojara de renombre, una suerte de Olimpo cuyo acceso no estaba vedado a mortal alguno.
Editorial Pampa Mar
La primera mañana que pisé el edén que regía Carlos Viglizzo, un hombre algo grueso, ya mayor, de cabellos añosos y voz pausadamente culta, pedí, para impresionarlo, torpe y temblorosamente, un ejemplar de alguna obra de Verlaine. Viglizzo accedió con un leve asentimiento y rebuscó una copia de Poèmes Saturniens en edición bilingüe. El precio, que era sideral, me desconcertó, pero Viglizzo se avino a una rebaja y a la recomendación de remitirme a la obra de Rubén Darío, cuya poesía, Viglizzo enseñó, es heredera de aquélla de Verlaine. Recitó, con la memoria prodigiosa de mester de librerías que era sola propiedad suya, unos versos de Lo fatal:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Mi impresión de Carlos Viglizzo, en épocas en las que lo rozaba cierta decrepitud, fue la de un hombre que ha rendido sitio al cansancio y a cierta indiferencia ante su propia suerte. Fue beneficiario de un vasto saber, editor, mecenas y generoso acogedor de las artes. Alguien recordará que en el lejano año de 1949 Viglizzo ofició de anfitrión en el agasajo que se le otorgó al escritor Ezequiel Martínez Estrada cuando decidió mudar de domicilio y abandonar Buenos Aires. Pampa Mar había sido, antes de la lenta declinación, un área en donde los libros se saboreaban como sábados que transcurren junto a las personas que han consentido en amarnos y de las que somos, como lo somos de esos libros degustados en la soledad de un sillón sin premuras, mansos dueños. Haberlo frecuentado cuando se aproximaba su final forjó en mí la débil pasión de sentir que había extraviado algo (su compañía, su conversación, su ámbito) que en realidad no había poseído nunca.


Carlos Viglizzo murió a mediados de la década de los noventa. Su librería prolongó en los avatares del tiempo la decadencia argentina. Hoy sé que tras años de malos libros, de magras ventas y de indiferentes lectores Pampa Mar ha dejado de existir, y con ella, el legado que Carlos Viglizzo quizás deseó dejar a una opaca ciudad que difícilmente lo mereciera. La muerte de una librería y la visión del frío espacio que ceden los desaparecidos libros que alguna vez esperaron en elegantes o rudos anaqueles la mano que viniese a concederles vida nos ensombrece siempre con la tristeza que emana como de una tumba. Habrá de sucederla algún cafetín, alguna venta de baratijas o algún establecimiento de calzado o ropa deportiva. La Historia, que no es sino el cúmulo cronológico de nuestra pobreza, sigue su curso. Hadrian Bagration

1 de marzo de 2012

Fachada Aurinegra


Termina de recomponerse la fachada que sobre calle Rodríguez tiene el club Olimpo, en el lugar que ocupa la pileta de natación. El frente tiene aspecto en realidad de contrafrente, acaso asumiendo la entidad que su acceso principal está en el otro extremo del terreno, sobre calle Sarmiento. La obra data de 1953 y fue diseñada por el arquitecto Manuel Mayer Méndez, actuando como constructor Severo Matrangolo.


La recuperación significó la perdida del revoque original símil piedra, una obra artesanal de jerarquía, propia de la calificada mano de obra por entonces existente en la ciudad, para dar lugar a una pintura en un tono similar. En el remate aparece la leyenda con el nombre de la entidad fundada en 1908 y, dando un toque distintivo, el escudo con sus colores identificatorios. Siempre llama la atención la voluntad de pintar estos edificios como obras en dos dimensiones, sin dar respuesta adecuada a sus muros medianeros cuando, como en este caso, son perfectamente visibles desde la calle.

La ciudad que ni recordamos

Si bien es habitual pensar que la demolición de viviendas en Bahía Blanca comenzó en la década del 80, la realidad indica que fue a partir...